“Fui un mísero afligido desde mi mocedad, siempre lleno de espanto, lleno de tristeza” (Salm., 88, 16).
Cuando yo era pequeño
estaba siempre triste
y mi padre decía
mirándome y moviendo
la cabeza: “Hijo mío
no sirves para nada.”
Después me fui al colegio
con pan y con adioses
pero me acompañaba
la tristeza. El maestro
graznó: “Pequeño niño
no sirves para nada.”
Vino luego la guerra
la muerte – yo la vi -
y cuando hubo pasado
y todos la olvidaron
yo triste seguí oyendo
“No sirves para nada.”
Y cuando me pusieron
los pantalones largos
la tristeza en seguida
cambió de pantalones
Mis amigos dijeron:
“No sirves para nada.”
En la calle en las aulas
odiando y aprendiendo
la injusticia y sus leyes
me perseguía siempre
la triste cantinela:
“No sirves para nada.”
De tristeza en tristeza
caí por los peldaños
de la vida. Y un día
la muchacha que amo
me dijo y era alegre:
“No sirves para nada.”
Ahora vivo con ella
voy limpio y bien peinado.
Tenemos una niña
a la que a veces digo
también con alegría:
“No sirves para nada.”
Cuando yo era pequeño
estaba siempre triste
y mi padre decía
mirándome y moviendo
la cabeza: “Hijo mío
no sirves para nada.”
Después me fui al colegio
con pan y con adioses
pero me acompañaba
la tristeza. El maestro
graznó: “Pequeño niño
no sirves para nada.”
Vino luego la guerra
la muerte – yo la vi -
y cuando hubo pasado
y todos la olvidaron
yo triste seguí oyendo
“No sirves para nada.”
Y cuando me pusieron
los pantalones largos
la tristeza en seguida
cambió de pantalones
Mis amigos dijeron:
“No sirves para nada.”
En la calle en las aulas
odiando y aprendiendo
la injusticia y sus leyes
me perseguía siempre
la triste cantinela:
“No sirves para nada.”
De tristeza en tristeza
caí por los peldaños
de la vida. Y un día
la muchacha que amo
me dijo y era alegre:
“No sirves para nada.”
Ahora vivo con ella
voy limpio y bien peinado.
Tenemos una niña
a la que a veces digo
también con alegría:
“No sirves para nada.”
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