Canto General
Mikis Theodorakis / Mίκης ΘεοδωράκηςOriginale | La versione italiana integrale di Cristina Martin |
CANTO GENERAL 1. Algunas Bestias* *Naturalmente no referido a los dos señores que van acima (ndr) Era el crepúsculo de la iguana. Desde la arcoirisada crestería su lengua como un dardo se hundía en la verdura, el hormiguero monacal pisaba con melodioso pie la selva, el guanaco fino como el oxígeno en las anchas alturas pardas iba calzando botas de oro, mientras la llama abría cándidos ojos en la delicadeza del mundo lleno de rocío. Los monos trenzaban un hilo interminablemente erótico en las riberas de la aurora, derribando muros de polen y espantando el vuelo violeta de las mariposas de Muzo. Era la noche de los caimanes, la noche pura y pululante de hocicos saliendo del légamo, y de las ciénagas soñolientas un ruido opaco de armaduras volvía al origen terrestre. El jaguar tocaba las hojas con su ausencia fosforescente, el puma corre en el ramaje como el fuego devorador mientras arden en él los ojos alcohólicos de la selva. Los tejones rascan los pies del río, husmean el nido cuya delicia palpitante atacarán con dientes rojos. Y en el fondo del agua magna, como el círculo de la tierra, está la gigante anaconda cubierta de barros rituales, devoradora y religiosa. 2. Voy a vivir Yo no voy a morirme. Salgo ahora, en este día lleno de volcanes hacia la multitud, hacia la vida. Aquí dejo arregladas estas cosas hoy que los pistoleros se pasean con la "cultura occidental" en brazos, con las manos que matan en España y las horcas que oscilan en Atenas y la deshonra que gobierna a Chile y paro de contar. 3. Los Libertadores Aquì viene el árbol, el árbol de la tormenta, el árbol del pueblo. De la tierra suben sus héroes como las hojas por la savia, y el viento estrella los follajes de muchedumbre rumorosa, hasta que cae la semilla del pan otra vez a la tierra. Aquí viene el árbol, el árbol nutrido por muertos desnudos, muertos azotados y heridos, muertos de rostros imposibles, empalados sobre una lanza, desmenuzados en la hoguera, decapitados por el hacha, descuartizados a caballo, crucificados en la iglesia. Aquí viene el árbol, el árbol cuyas raíces están vivas, sacó salitre del martirio, sus raíces comieron sangre y extrajo lágrimas del suelo: las elevó por sus ramajes, las repartió en su arquitectura. Fueron flores invisibles, a veces, flores enterradas, otras veces iluminaron sus pétalos, como planetas. Y el hombre recogió en las ramas las caracolas endurecidas, las entregó de mano en mano como magnolias o granadas y de pronto, abrieron la tierra, crecieron hasta las estrellas. Éste es el árbol de los libres. El árbol tierra, el árbol nube, el árbol pan, el árbol flecha, el árbol puño, el árbol fuego. Lo ahoga el agua tormentosa de nuestra época nocturna, pero su mástil balancea el ruedo de su poderío. Otras veces, de nuevo caen las ramas rotas por la cólera y una ceniza amenazante cubre su antigua majestad: así pasó desde otros tiempos, así salió de la agonía hasta que una mano secreta, unos brazos innumerables, el pueblo, guardó los fragmentos, escondió troncos invariables, y sus labios eran las hojas del inmenso árbol repartido, diseminado en todas partes, caminando con sus raíces. Éste es el árbol, el árbol del pueblo, de todos los pueblos de la libertad, de la lucha. Asómate a su cabellera: toca sus rayos renovados: hunde la mano en las usinas donde su fruto palpitante propaga su luz cada día. Levanta esta tierra en tus manos, participa de este esplendor, toma tu pan y tu manzana, tu corazón y tu caballo y monta guardia en la frontera, en el límite de sus hojas. Defiende el fin de sus corolas, comparte las noches hostiles, vigila el ciclo de la aurora, respira la altura estrellada, sosteniendo el árbol, el árbol que crece en medio de la tierra. Aquí me quedo con palabras y pueblos y caminos que me esperan de nuevo, y que golpean con manos consteladas en mi puerta. 4. A mi partido Me has dado la fraternidad hacia el que no conozco. Me has agregado la fuerza de todos los que viven. Me has vuelto a dar la patria como en un nacimiento. Me has dado la libertad que no tiene el solitario. Me enseñaste a encender la bondad, como el fuego. Me diste la rectitud que necesita el árbol. Me enseñaste a ver la unidad y la diferencia de los hombres. Me mostraste cómo el dolor de un ser ha muerto en la victoria de todos. Me enseñaste a dormir en las camas duras de mis hermanos. Me hiciste construir sobre la realidad como sobre una roca. Me hiciste adversario del malvado y muro del frenético. Me has hecho ver la claridad del mundo y la posibilidad de la alegría. Me has hecho indestructible porque contigo no termino en mí mismo. 5. Lautaro Lautaro era una flecha delgada. Elástico y azul fue nuestro padre. Fue su primera edad sólo silencio. Su adolescencia fue dominio. Su juventud fue un viento dirigido. Se preparó como una larga lanza. Acostumbró los pies en las cascadas. Educó la cabeza en las espinas. Ejecutó las pruebas del guanaco. Vivió en las madrigueras de la nieve. Acechó las comidas de las águilas. Arañó los secretos del peñasco. Entretuvo los pétalos del fuego. Se amamantó de primavera fría. Se quemó en las gargantas infernales. Fue cazador entre las aves crueles. Se tiñeron sus manos de victorias. Leyó las agresiones de la noche. Sostuvo los derrumbes del azufre. Se hizo velocidad, luz repentina. Tomó las lentitudes del otoño. Trabajó en las guaridas invisibles. Durmió en las sábanas del ventisquero. Igualó las conductas de las flechas. Bebió la sangre agreste en los caminos. Arrebató el tesoro de las olas. Se hizo amenaza como un dios sombrío. Comió en cada cocina de su pueblo. Aprendió el alfabeto del relámpago. Olfateó las cenizas esparcidas. Envolvió el corazón con pieles negras. Descifró el espiral hilo del humo. Se construyó de fibras taciturnas. Se aceitó como el alma de la oliva. Se hizo cristal de transparencia dura. Estudió para viento huracanado. Se combatió hasta apagar la sangre. Sólo entonces fue digno de su pueblo. 6. Vienen los pájaros Todo era vuelo en nuestra tierra. Como gotas de sangre y plumas los cardenales desangraban el amanecer de Anáhuac. El tucán era una adorable caja de frutas barnizadas, el colibrí guardó las chispas originales del relámpago y sus minúsculas hogueras ardían en el aire inmóvil. Los ilustres loros llenaban la profundidad del follaje como lingotes de oro verde recién salidos de la pasta de los pantanos sumergidos y de sus ojos circulares miraban una argolla amarilla, vieja como los minerales. Todas las águilas del cielo nutrían su estirpe sangrienta en el azul inhabitado, y sobre las plumas carnívoras volaba encima del mundo el cóndor, rey asesino, fraile solitario del cielo, talismán negro de la nieve, huracán de la cetrería. La ingeniería del hornero hacia del barro fragante pequeños teatros sonoros donde aparecía cantando. El atajacaminos iba dando su grito humedecido a la orilla de los cenotes. La torcaza araucana hacía ásperos nidos matorrales donde dejaba el real regalo de sus huevos empavonados. La Loica del Sur, fragante, dulce carpintera de otoño, mostraba su pecho estrellado de constelación escarlata, y el austral chingolo elevaba su flauta recién recogida de la eternidad del agua. Más, húmedo como un nenúfar, el flamenco abría sus puertas de sonrosada catedral, y volaba como la aurora, lejos del bosque bochornoso donde cuelga la pedrería del quetzal, que de pronto despierta, se mueve, resbala y fulgura y hace volar su brasa virgen. Vuela una montaña marina hacia las islas, una luna de aves que van hacia el Sur, sobre las islas fermentadas del Perú. Es un río vivo de sombra, es un cometa de pequeños corazones innumerables que oscurecen el sol del mundo como un astro de cola espesa palpitando hacia el archipiélago. Y en final del iracundo mar, en la lluvia del océano surgen las alas del albatros como dos sistemas de sal estableciendo en el silencio entre las rachas torrenciales, con su espaciosa jerarquía el orden de las soledades. 7. Sandino Fue cuando en tierra nuestra se enterraron las cruces, se gastaron inválidas, profesionales. Llegó el dólar de dientes agresivos a morder territorio, en la garganta pastoril de América. Agarró Panamá con fauces duras, hundió en la tierra fresca sus colmillos, chapoteó en barro, whisky, sangre, y juró un Presidente con levita: «Sea con nosotros el soborno de cada día.» Luego, llegó el acero, y el canal dividió las residencias, aquí los amos, allí la servidumbre. Corrieron hacia Nicaragua. Bajaron, vestidos de blanco, tirando dólares y tiros. Pero allí surgió un capitán que dijo: «No, aquí no pones tus concesiones, tu botella.» Le prometieron un retrato de Presidente, con guantes, banda terciada y zapatitos de charol recién adquiridos. Sandino se quitó las botas, se hundió en los trémulos pantanos, se terció la banda mojada de la libertad en la selva, y, tiro a tiro, respondió a los «civilizadores.» La furia norteamericana fue indecible: documentados embajadores convencieron al mundo que su amor era Nicaragua, que alguna vez el orden debía llegar a sus entrañas soñolientas. Sandino colgó a los intrusos. Los héroes de Wall Street fueron comidos por la ciénaga, un relámpago los mataba, más de un machete los seguía, una soga los despertaba como una serpiente en la noche, y colgando de un árbol eran acarreados lentamente por coleópteros azules enredaderas devorantes. Sandino estaba en el silencio, en la Plaza del Pueblo, en todas partes estaba Sandino, matando norteamericanos, ajusticiando invasores. Y cuando vino la aviación, la ofensiva de los ejércitos acorazados, la incisión de aplastadores poderíos, Sandino, con sus guerrilleros, como un espectro de la selva, era un árbol que se enroscaba o una tortuga que dormía o un río que se deslizaba. Pero árbol, tortuga, corriente fueron la muerte vengadora, fueron sistemas de la selva, mortales síntomas de araña. (En 1948 un guerrillero de Grecia, columna de Esparta, fue la urna de luz atacada por los mercenarios del dólar. Desde los montes echó fuego sobre los pulpos de Chicago, y como Sandino, el valiente de Nicaragua, fue llamado «bandolero de las montañas.») Pero cuando fuego, sangre y dólar no destruyeron la torre altiva de Sandino, los guerreros de Wall Street hicieron la paz, invitaron a celebrarla al guerrillero, y un traidor recién alquilado le disparó su carabina. Se llama Somoza. Hasta hoy está reinando en Nicaragua: los treinta dólares crecieron y aumentaron en su barriga. Ésta es la historia de Sandino, capitán de Nicaragua, encarnación desgarradora de nuestra arena traicionada, dividida y acometida, martirizada y saqueada. 8. Neruda requiem æternam Lacrimae para los vivientes América esclavizada esclavos de todos los pueblos lacrimosa tú fuiste él último sol ahora dominan los duendes la tierra está huérfana NERUDA REQUIEM ÆTERNAM 9. La United Fruits Co. Cuando sonó la trompeta, estuvo todo preparado en la tierra, y Jehova repartió el mundo a Coca-Cola Inc., Anaconda, Ford Motors, y otras entidades: la Compañía Frutera Inc. se reservó lo más jugoso, la costa central de mi tierra, la dulce cintura de América. Bautizó de nuevo sus tierras como "Repúblicas Bananas," y sobre los muertos dormidos, sobre los héroes inquietos que conquistaron la grandeza, la libertad y las banderas, estableció la ópera bufa: enajenó los albedríos regaló coronas de César, desenvainó la envidia, atrajo la dictadora de las moscas, moscas Trujillos, moscas Tachos, moscas Carías, moscas Martínez, moscas Ubico, moscas húmedas de sangre humilde y mermelada, moscas borrachas que zumban sobre las tumbas populares, moscas de circo, sabias moscas entendidas en tiranía. Entre las moscas sanguinarias la Frutera desembarca, arrasando el café y las frutas, en sus barcos que deslizaron como bandejas el tesoro de nuestras tierras sumergidas. Mientras tanto, por los abismos azucarados de los puertos, caían indios sepultados en el vapor de la mañana: un cuerpo rueda, una cosa sin nombre, un número caído, un racimo de fruta muerta derramada en el pudridero. 10. Vegetaciones A las tierras sin nombres y sin números bajaba el viento desde otros dominios, traía la lluvia hilos celestes, y el dios de los altares impregnados devolvía las flores y las vidas. En la fertilidad crecía el tiempo. El jacarandá elevaba espuma hecha de resplandores transmarinos, la araucaria de lanzas erizadas era la magnitud contra la nieve, el primordial árbol caoba desde su copa destilaba sangre, y al Sur de los alerces, el árbol trueno, el árbol rojo, el árbol de la espina, el árbol madre, el ceibo bermellón, el árbol caucho, eran volumen terrenal, sonido, eran territoriales existencias. Un nuevo aroma propagado llenaba, por los intersticios de la tierra, las respiraciones convertidas en humo y fragancia: el tabaco silvestre alzaba su rosal de aire imaginario. Como una lanza terminada en fuego apareció el maíz, y su estatura se desgranó y nació de nuevo, diseminó su harina, tuvo muertos bajo sus raíces, y luego, en su cuna, miró crecer los dioses vegetales. Arruga y extensión, diseminaba la semilla del viento sobre las plumas de la cordillera, espesa luz de germen y pezones, aurora ciega amamantada por los ungüentos terrenales de la implacable latitud lluviosa, de las cerradas noches manantiales, de las cisternas matutinas. Y aun en las llanuras como láminas del planeta , bajo un fresco pueblo de estrellas, rey de la hierba, el ombú detenía el aire libre, el vuelo rumoroso y montaba la pampa sujetándola con su ramal de riendas y raíces. América arboleda, zarza salvaje entre los mares, de polo a polo balanceabas, tesoro verde, tu espesura. Germinaba la noche en ciudades de cáscaras sagradas, en sonoras maderas, extensas hojas que cubrían la piedra germinal, los nacimientos. Útero verde, americana sabana seminal, bodega espesa, una rama nació como una isla, una hoja fue forma de la espada, una flor fue relámpago y medusa, un racimo redondeó su resumen, una raíz descendió a las tinieblas. 11. Amor América Antes de la peluca y la casaca fueron los ríos, ríos arteriales, fueron las cordilleras, en cuya onda raida el cóndor o la nieve parecían inmóviles: fue la humedad y la espesura, el trueno sin nombre todavía, las pampas planetarias. El hombre tierra fue, vasija, párpado del barro trémulo, forma de la arcilla, fue cantaro caribe, piedra chibcha, copa imperial o silice araucana. Tierno y sangriento fue, pero en la empunadura de su arma de cristal humedecido, las iniciales de la tierra estaban escritas. Nadie pudo recordarlas después: el viento las olvidó, el idioma del agua fue enterrado, las claves se perdieron o se inundaron de silencio o sangre. No se perdió la vida, hermanos pastorales. Pero como una rosa salvaje cayo una gota roja en la espesura y se apagó una lámpara de tierra. Yo estoy aquí para contar la historia. Desde la paz del búfalo hasta las azotadas arenas de la tierra final, en las espumas acumuladas de la luz antártica, y por las madrigueras despenadas de la sombría paz venezolana, te busque, padre mío, joven guerrero de tiniebla y cobre o tú, planta nupcial, cabellera indomable, madre caimán, metálica paloma. Yo, incásico del legamo, toqué la piedra y dije: ¿Quién me espera? Y aprete la mano sobre un punado de cristal vacío. Pero anduve entre flores zapotecas y dulce era la luz como un venado, y era la sombra como un párpado verde. Tierra mía sin nombre, sin América, estambre equinoccial, lanza de púrpura, tu aroma me trepó por las raíces hasta la copa que bebía, hasta la más delgada palabra aún no nacida de mi boca. 12. Emiliano Zapata Cuando arreciaron los dolores en la tierra, y los espinares desolados fueron la herencia de los campesinos, y como antaño, las rapaces barbas ceremoniales, y los látigos, entonces, flor y fuego galopado. «Borrachita me voy hacia la capital...» se encabritó en el alba transitoria la tierra sacudida de cuchillos, el peón de sus amargas madrigueras cayó como un elote desgranado sobre la soledad vertiginosa. «a perdirle al patrón que me mandó llamar» Zapata entonces fue tierra y aurora. la multitud de su semilla armada. En un ataque de aguas y fronteras el férreo manantial de Coahuila, las estelares piedras de Sonora: todo vino a su paso adelantado, a su agraria tormenta de herraduras. «que si se va del rancho muy pronto volverá» Reparte el pan, la tierra: te acompaño. Yo renuncio a mis párpados celestes. Yo, Zapata, e voy con el rocio de las caballerias matutinas, en un disparo desde los nopales hasta las casas de pared rosada. «... cintitas pa tu pelo no llores por tu Pancho...» La luna duerme sobre las monturas. La muerte amontonada y repartida yace con los soldados de Zapata El sueño esconde bajo los baluartes de la pesada noche su destino, su incubadora sábana sombria. La hoguera agrupa el aire desvelado: grasa, sudor y pólvora nocturna. «...Borrachita me voy para olvidarte...» Pedimos patria para el humillado. Tu cuchillo divide el patrimonio y tiros y corceles amedrentan los castigos, la barba del verdugo. La tierra se reparte con un rifle. No esperes, campesino polvoriento, después de tu sudor la luz completa y el cielo parcelado en tus rodillas. Levántate y galopa con Zapata. «...Yo la quise traer dijo que no...» México, huraña agricultura, amada tierra entre los oscuros repartida: de las espadas del maiz salieron al sol tus centuriones sudorosos. De la nieve del Sur vengo a cantarte y Ilenarme de pólvora y arados. «...Que si habrá de Ilorar pa' qué volver...» 13. América insurrecta Nuestra tierra, ancha tierra, soledades, se pobló de rumores, brazos, bocas. Una callada sílaba iba ardiendo, congregando la rosa clandestina, hasta que las praderas trepidaron cubiertas de metales y galopes. Fue dura la verdad como un arado. Rompió la tierra, estableció el deseo, hundió sus propagandas germinales y nació en la secreta primavera. Fue callada su flor, fue rechazada su reunión de luz, fue combatida la levadura colectiva, el beso de las banderas escondidas, pero surgió rompiendo las paredes, apartando las cárceles del suelo. El pueblo oscuro fue su copa, recibió la substancia rechazada, la propagó en los límites marítimos, la machacó en morteros indomables. Y salió con las páginas golpeadas y con la primavera en el camino. Hora de ayer, hora de mediodía, hora de hoy otra vez, hora esperada entre el minuto muerto y el que nace, en la erizada edad de la mentira. Patria, naciste de los leñadores, de hijos sin bautizar, de carpinteros, de los que dieron como un ave extraña una gota de sangre voladora, y hoy nacerás de nuevo duramente desde donde el traidor y el carcelero te creen para siempre sumergida. Hoy nacerás del pueblo como entonces. Hoy saldrás del carbón y del rocío. Hoy llegarás a sacudir las puertas con manos maltratadas,con pedazos de alma sobreviviente, con racimos de miradas que no extinguió la muerte, con herramientas hurañas armadas bajo los harapos. | 1. Alcune bestie* *Naturalmente senza nessun riferimento ai due signori qua sopra (ndr) Era il crepuscolo dell’iguana Dall’iridescente cresta la sua lingua come un dardo sprofondava nel verde, il monacale formichiere pestava con melodioso piede la selva, il guanaco leggero come l’ossigeno nelle vaste oscure alture andava calzando stivali d’oro, mentre il lama apriva candidi occhi sulla soavità del mondo pieno di rugiada. Le scimmie intrecciavano un filo interminabilmente erotico sul ciglio dell’aurora, abbattendo muri di polline e spaventando il volo violetto delle farfalle di Muzo. Era la notte dei caimani, la notte pura e pullulante di musi uscenti dal fango, e dalle paludi sonnolente un rumore sordo di armature ritornava all’origine della terra. Il giaguaro sfiorava le foglie con la sua assenza fosforescente, il puma corre nelle fronde come il fuoco divoratore mentre in lui ardono gli occhi spiritati della selva. I tassi grattano il fondo del fiume, fiutano il nido la cui delizia palpitante attaccheranno con denti rossi. E nel fondo dell’acqua grande, come la circonferenza della terra, sta il gigantesco anaconda coperto di fanghi rituali, divoratore e religioso. 2. Vivrò Io non vado a morire. Esco ora, in questo giorno pieno di vulcani verso la moltitudine, verso la vita. Qui lascio sistemate queste cose Oggi che i pistoleri passeggiano Con la “cultura occidentale” nelle braccia, con le mani che uccidono in Spagna e le forche che oscillano ad Atene e il disonore che governa in Cile e smetto di enumerare. 3. I Liberatori Qui viene l’albero, l’albero della tormenta, l’albero del popolo. Dalla terra si alzano i suoi eroi come le foglie per la linfa, e il vento sbatte il fogliame di rumorosa moltitudine, finché cade il seme del pane un’altra volta alla terra. Qui viene l’albero, l’albero nutrito dai morti spogliati, morti frustati e feriti, morti dai volti impossibili, impalati sopra una lancia, fatti a pezzi nel rogo, decapitati dall’ascia, squartati dai cavalli, crocefissi in chiesa. Qui viene l’albero, l’albero le cui radici sono vive, estrasse salnitro dal martirio, le sue radici si nutrirono di sangue e strappò lacrime dal suolo: le innalzò per i suoi rami, le distribuì nella sua architettura. Furono fiori invisibili, a volte fiori sotterrati altre volte illuminarono i loro petali, come pianeti. E l’uomo raccolse nei rami Le chiocciole indurite, le consegnò di mano in mano come magnolie o melograni e d’un tratto aprirono la terra e crebbero fino alle stelle. Questo è l’albero, l’albero dei liberi. L’albero terra, l’albero nube, L’albero pane, l’albero freccia, l’albero pugno, l’albero fuoco. Lo sommerge l’acqua tormentosa della nostra epoca notturna, però il suo tronco diritto bilancia il cerchio del suo dominio. Altre volte, di nuovo cadono i rami spezzati dalla collera e una cenere minacciosa copre la sua antica maestà: così avvenne da altri tempi, così venne fuori dall’agonia finché una mano segreta, e delle braccia innumerevoli, il popolo custodì i frammenti, nascose tronchi immutabili, e le sue labbra erano le foglie dell’immenso albero diviso, disseminato per ogni parte, che cammina con le sue radici. Questo è l’albero, l’albero del popolo, di tutti i popoli della libertà, della lotta. Sporgiti dalla sua chioma: tocca i suoi raggi rinnovati: affonda la mano nella sua fabbrica da cui il suo frutto palpitante propaga ogni giorno la sua luce. Solleva questa terra nelle tue mani, partecipa di questo splendore, prendi il tuo pane e la tua mela, il tuo cuore e il tuo cavallo e monta la guardia alla frontiera al limitar delle sue foglie. Difendi il confine delle sue corolle, condividi le notti ostili, vigila il ciclo dell’aurora, respira la sommità stellata, sostenendo l’albero, l’albero che cresce nel mezzo della terra. Qui resto con parole e popoli e cammini Che mi aspettano di nuovo e che battono Con mani stellate alla mia porta. 4. Al mio partito Mi hai dato la fraternità verso colui che non conosco. Mi hai unito la forza di tutti coloro che vivono. Mi hai ridato la patria come in una nascita. Mi hai dato la libertà che non ha il solitario. Mi insegnasti ad accendere la bontà come il fuoco. Mi desti la rettitudine che necessita all’albero. Mi insegnasti a vedere l’unità e la differenza fra gli uomini. Mi mostrasti come il dolore di un essere è morto nella vittoria di tutti. Mi insegnasti a dormire nei letti duri dei miei fratelli. Mi facesti costruire sopra la realtà come sopra una rupe. Mi facesti nemico del malvagio e barriera al frenetico. Mi hai fatto vedere la chiarezza del mondo e la possibilità di allegria. Mi hai reso indistruttibile perché con te non finisco in me stesso. 5. Lautaro Lautaro era una freccia sottile. Elastico e azzurro fu nostro padre. Fu la sua prima età solo silenzio. La sua adolescenza fu dominio. La sua gioventù fu un vento diretto. Si preparò come una lunga lancia. Abituò i piedi nelle cascate. Educò la testa nelle spine. Eseguì le prove del guanaco. Visse nei ricetti delle nevi. Spiò i pasti dell’aquila. Raggranellò i segreti della roccia. Trattenne i petali del fuoco. Si nutrì di fredda primavera. Si bruciò nelle gole infernali. Fu cacciatore fra gli uccelli crudeli. Le sue mani si tinsero di vittorie. Lesse le aggressioni della notte. Sostenne il rovinare dello zolfo. Si fece velocità, luce improvvisa. Assunse le lentezze dell’autunno. Lavorò nei recessi invisibili. Dormì nelle lenzuola del ghiacciaio. Uguagliò la condotta delle frecce. Bevve il sangue agreste nei sentieri. Strappò il tesoro delle onde. Si fece minaccia come un dio ombroso. Mangiò in ogni cucina del villaggio. Apprese l’alfabeto del lampo. Fiutò le ceneri sparse. Avvolse il cuore con pelli nere. Decifrò il filo a spirale del fumo. Si costruì con fibre taciturne. Si oliò come l’anima dell’oliva. Si fece cristallo di dura trasparenza. Studiò da vento di uragano. Si combattè fino a placare il sangue. Solo allora fu degno del suo popolo. 6. Vengono gli uccelli Tutto era volo nella nostra terra. Come gocce di sangue e piume i cardinali dissanguavano l’albeggiare di Anahuac. Il tucano era un adorabile cassa di frutta verniciata, il colibrì custodì le scintille originarie del lampo e i suoi minuscoli roghi ardevano nell’aere immobile. Gli illustri pappagalli affollavano le profondità del fogliame come lingotti d’oro verde appena usciti dall'impasto delle paludi sommerse e dai loro occhi tondi scrutava un anello giallo, vecchio come i minerali. Tutte le aquile del cielo nutrivano la loro prole sanguinaria nell’azzurro inabitato, e sopra le piume carnivore volava sopra il mondo il condor delle Ande, re assassino, frate solitario del cielo, talismano nero della neve, uragano della falconeria. L’ingegneria del fornaio rosso faceva dell’argilla fragrante piccoli teatri sonori dove appariva cantando. Il pauraque andava emettendo il suo grido inumidito al bordo dei cenoti. La paloma araucana costruiva rudi nidi di sterpaglia dove lasciava il real regalo delle sue uova turchine. La loica del sud, fragrante, dolce falegname dell’autunno, mostrava il suo petto costellato di stelle scarlatte, e lo zigolo australe elevava il suo flauto appena raccolto dall’eternità dell’acqua. In più, umido come una ninfea, il fenicottero andino apriva le sue porte di rosea cattedrale, e volava come l’aurora, lontano dal bosco afoso dove pendono le gemme del quetzal splendido, che all’improvviso si sveglia, si muove, scivola e sfavilla e fa volare la sua brace pura. Vola una montagna marina verso le isole, una luna di uccelli che vanno verso il Sud, sopra le isole fermentate del Perù. E’ un fiume vivo d’ombra, è una cometa di piccoli infiniti cuori che oscurano il sole del mondo come una stella dalla densa coda che palpita verso l’arcipelago. E al limite dell’iracondo mare, nella pioggia dell’oceano s’innalzano le ali dell’albatros come due sistemi di sale che stabiliscono nel silenzio tra le raffiche torrenziali, con la loro spaziosa gerarchia l’ordine delle solitudini 7. Sandino Fu quando nella nostra terra si seppellirono le croci, si sprecarono senza valore, professionali. Arrivò il dollaro dai denti aggressivi a addentare il territorio nella gola pastorale dell’America. Afferrò Panama con fauci crudeli, affondò nella terra fresca i suoi canini, sguazzò nel fango, whisky, sangue e giurò un Presidente con levita: “Sia con noi la corruzione quotidiana.” Dopo arrivò l’acciaio E il canale divise le dimore qui i padroni, là la servitù. Corsero verso il Nicaragua. Scesero vestiti di bianco, tirando dollari e colpi. Però li sorse un capitano Che disse: “no, qui non poni le tue concessioni, la tua bottiglia.” Gli promisero un ritratto da Presidente, con guanti, fascia a tracolla e scarpette di vernice appena comprate. Sandino si tolse gli stivali, si immerse nelle tremule paludi, si mise a tracolla la fascia bagnata della libertà nella selva e, colpo su colpo, rispose ai “civilizzatori”. La furia nordamericana fu indicibile: documentati ambasciatori convinsero il mondo che il Nicaragua era il loro amore, che una buona volta l’ordine doveva giungere alle sue viscere sonnolente. Sandino impiccò gli intrusi. Gli eroi di Wall Steet furono inghiottiti dalla palude un lampo li uccideva, più di un machete li inseguiva, una corda li svegliava come un serpente nella notte, e pendendo da un albero erano trascinati lentamente da coleotteri azzurri rampicanti divoratori. Sandino stava nel silenzio Nella piazza del Popolo, dappertutto stava Sandino, uccidendo nordamericani, giustiziando invasori. E quando venne l’aviazione, l’offensiva degli eserciti corazzati, l’incisione di potenze schiaccianti, Sandino, con i suoi guerriglieri, come uno spettro della foresta, era un albero che si attorcigliava, o una tartaruga che dormiva, o un fiume che scorreva. Però albero, tartaruga, corrente furono la morte vendicatrice, furono i sistemi della selva, mortali sintomi di ragno. (nel 1948 un guerrigliero della Grecia, colonna di Sparta fu l’urna di luce attaccata dai mercenari del dollaro. Dalle montagne gettò fuoco sopra le piovre di Chicago, e come Sandino, il valoroso, del Nicaragua, fu chiamato “bandito delle montagne”.) Però quando fuoco, sangue e dollaro non riuscirono a distruggere la superba torre di Sandino, i guerriglieri di Wall Street fecero la pace, invitarono a celebrarla il guerrigliero, e un traditore appena assoldato gli sparò con il fucile. Si chiama Somoza. Fino a ancora oggi sta regnando in Nicaragua: i trenta dollari crebbero e aumentarono nella sua pancia. Questa è la storia di Sandino Capitano condottiero del Nicaragua, incarnazione straziante della nostra arena tradita, divisa e aggredita, martirizzata e saccheggiata. 8. Neruda requiem æternam Lacrimæ per i viventi America schiavizzata schiavi di tutti i popoli lacrimosa tu fosti l’ultimo sole ora dominano gli gnomi la terra è orfana NERUDA REQUIEM ÆTERNAM 9. La United Fruit Co. Quando suonò la tromba, era tutto preparato sulla terra e Jehova distribuì il mondo a Coca Cola Inc., Anaconda, Ford Motors e altre entità: la Compagnia della Frutta Inc. si riservò la parte più succulenta la costa centrale della mia terra la vita soave dell’America. Battezzò nuovamente le sue terre come “Repubblica delle Banane” e sopra i morti addormentati, sopra gli eroi inquieti che conquistarono la grandezza, la libertà e le bandiere instaurò l’opera buffa: alienò il libero arbitrio regalò corone di Cesare, sguainò l’invidia, attrasse la dittatura delle mosche, mosche Trujillos, mosche Tachos, mosche Carìas, mosche Martinez, mosche Ubico, mosche umide di sangue umile e marmellata, mosche da circo, mosche sapienti esperte in tirannia. Tra le mosche sanguinarie la Compagnia della Frutta sbarca trascinando il caffè e la frutta nelle sue barche che come vassoi fecero scivolare il tesoro delle nostre terre sommerse. Nel frattempo, negli abissi zuccherati dei porti, cadevano indios sepolti nel vapore del mattino: un corpo ruota, una cosa senza nome, un numero caduto, un grappolo di frutta morta versata nel marcitoio. 10. Vegetazioni Sulle terre senza nomi e senza numeri scendeva il vento da altri domini, portava la pioggia fili celesti, e il dio degli altari impregnati restituiva i fiori e le vite. Nella fertilità cresceva il tempo. La jacaranda innalzava schiuma fatta di bagliori oltremarini, l’araucaria dalle lance erette era la grandezza contro la neve, il primordiale albero del mogano dalla sua chioma distillava sangue, e al Sud dei cipressi di Patagonia, l’albero tuono, l’albero rosso, l’albero della spina, l’albero madre, il ceibo vermiglio, l’albero caucciù, erano volume terreno, suono erano territoriali esistenze. Un nuovo aroma diffuso riempiva, attraverso gli interstizi della terra, le respirazioni trasformate in fumo e in fragranza: il tabacco silvestre innalzava il suo roseto di aria immaginaria. Come una lancia culminante in fuoco apparve il mais, e la sua statura si sgranò e nacque nuovamente, disseminò la sua farina, tenne i morti sotto le sue radici, e poi, nella sua cuna, vide crescere gli dei vegetali. Ruga ed estensione, disseminava la semenza del vento sopra le piume della cordigliera, spessa luce di germogli e piccioli, aurora cieca allattata dagli unguenti terreni dell’implacabile latitudine piovosa, delle cisterne mattutine. E ancora nelle pianure come lamine del pianeta, sotto un fresco popolo di stelle, re dell’erba, il bambù tratteneva l’aria libera, il volo rumoroso e cavalcava la pampa assoggettandola con la sua cavezza di redini e radici. America albereto, rovo selvatico tra i mari, da un polo all’altro dondolavi, tesoro verde, la tua folta boscaglia. Germogliava la notte in città di cascara sagrada, in legni sonori, vaste foglie che coprivano la pietra germinale, le nascite. Utero verde, americana savana germinale, vasta cantina, un ramo nacque come un’isola, una foglia prese la forma della spada, un fiore fu folgore e medusa, un grappolo rese tondi i suoi succhi una radice discese nelle tenebre. 11. Amor America Prima della parrucca e della casacca furono i fiumi, fiumi arteriali, furono le cordigliere, sulla cui onda consumata il condor e la neve apparivano immobili: fu l’umidità e la fitta boscaglia il tuono ancora senza nome, la pampa planetaria. L’uomo fu terra, vaso, palpebra del fango tremula, forma dell’argilla, fu cantaro caraibico, pietra chibcha, coppa imperiale o silice araucana. Tenero e sanguinario fu, ma nell’impugnatura della sua arma di cristallo inumidito, le iniziali della terra erano iscritte. Nessun poté ricordarle dopo: il vento le obliò, la lingua dell’acqua fu sepolta, si persero le chiavi o s’inondarono di silenzio e sangue. Non si perse la vita, fratelli pastorali Ma come una rosa selvatica, cadde una goccia rossa nella macchia e si spense una lampada di terra. Io sono qui per raccontar la storia. Dalla pace del bufalo Fino alle sferzate spiagge della terra finale, nelle spume accumulate della luce antartica, e nei covi disillusi dell’oscura pace venezuelana, ti cercai, padre mio, giovane guerriero di tenebra e rame o tu, pianta nuziale, chioma indomabile, madre caimano, metallica colomba. Io incaico dell’argilla, toccai la pietra e dissi: chi mi aspetta? E strinsi la mano sopra un di cristallo vuoto. Ma camminai tra fiori zapotechi E dolce era la luce come un cervo E l’ombra era come una verde palpebra. Terra mia senza nome, senza America, stame equinoziale, lancia di porpora, il tuo aroma mi salì dalle radici fino alla coppa che bevevo, fino alla più sottile parola non ancor nata dalla mia bocca. 12. Emiliano Zapata Quando aumentarono i dolori sulla terra e i roveti desolati furono l’eredità dei contadini, e, come un tempo, le rapaci barbe cerimoniali e le sferze allora fiore e fuoco galoppante. «Come ubriaca me ne vado verso la capitale…» si impennò nell’alba fugace la terra scossa da coltelli, il bracciante dai sui tristi covi Cadde come pannocchia di granata Sopra la solitudine vertiginosa. «A chiedere al padrone Che mi mandò a chiamare» Zapata allora fu terra e aurora La moltitudine della sua semenza armata In un attacco di acque e frontiere La ferrea sorgente di Coahuila, Le sideree pietre di Sonora: Tutto venne al suo passo anticipatore Alla sua agraria tempesta di ferrature « Chi se ne va via dal rancho Più presto tornerà» Ripartisci il pane, la terra: Ti accompagno. Io rinuncio alle mie palpebre celesti. Io, Zapata, e vado con la rugiada Delle cavalcate mattutine, In uno sparo dai fichi d’India Fino alle case dalle pareti rosate. «….Nastrini per i tuoi capelli Non piangere per il tuo Pancho» La luna dorme sopra i finimenti. La morte ammucchiata e sparsa Giace con i soldati di Zapata Il sonno nasconde sotto i baluardi Della pesante notte il suo destino, Il suo cupo lenzuolo incubatore. Il falò condensa l’aria insonne: Grasso, sudore e polvere notturna «...Come ubriaca me ne vado Per dimenticarti» Chiediamo patria per l’umiliato. Il tuo coltello divide il patrimonio E spari e destrieri spaventano I castighi, la barba del boia. La terra si spartisce con un fucile. Non aspettare contadino polveroso, Dopo il tuo sudore, la luce completa E il cielo suddiviso nelle tue ginocchia. Alzati e galoppa con Zapata. «..Io la volli portare Disse di no» Messico, scontrosa agricoltura, amata terra fra gli oscuri suddivisa: dalle spade del mais uscirono al sole i tuoi centurioni sudati. Dalla neve del Sud vengo a cantarti e riempirmi di polvere e aratri. «...che se dovrà piangere perché tornare…» 13. America insorta Nostra terra, vasta terra, solitudini, si popolò di voci, braccia, bocche. Una silenziosa sillaba ardeva Aggregando la rosa clandestina, fino a che le praterie trepidarono coperte di metalli e di galoppi Fu dura la verità come un aratro Spezzò la terra, stabilì il desiderio, affondò le sue propagande germinali e nacque nella segreta primavera. Fu ridotto al silenzio il suo fiore, fu rifiutata la sua riunione di luce, fu combattuto il lievito collettivo, il bacio delle bandiere nascoste, però si sollevò abbattendo le pareti allontanando le carceri dal suolo. Il popolo oscuro fu il suo calice, ricevette la sostanza rifiutata, la propagò nei limiti marini, la pestò in mortai indomabili. E uscì con le pagine ammaccate e con la primavera sul cammino. Ora di ieri, ora di mezzogiorno, ora di oggi ancora, ora attesa tra il minuto morto e quello che nasce, nella irta età della menzogna. Patria, nascesti dai taglialegna, da figli senza battesimo, da falegnami, da coloro che dettero come un uccello strano una goccia di sangue volante, e oggi nascerai di nuovo duramente da dove il traditore e il carceriere ti credono per sempre seppellita. Oggi nascerai dal popolo come allora. Oggi uscirai dal carbone e dalla rugiada. Oggi arriverai a scuotere le porte con mani maltrattate, con pezzi di anima sopravvissuta, con grappoli di sguardi che la morte non estinse, con attrezzi scontrosi armati sotto gli stracci. |