Canto General
Mikis Theodorakis / Mίκης ΘεοδωράκηςOriginale | Traduzione finlandese di Pentti Saaritsa |
CANTO GENERAL 1. Algunas Bestias* *Naturalmente no referido a los dos señores que van acima (ndr) Era el crepúsculo de la iguana. Desde la arcoirisada crestería su lengua como un dardo se hundía en la verdura, el hormiguero monacal pisaba con melodioso pie la selva, el guanaco fino como el oxígeno en las anchas alturas pardas iba calzando botas de oro, mientras la llama abría cándidos ojos en la delicadeza del mundo lleno de rocío. Los monos trenzaban un hilo interminablemente erótico en las riberas de la aurora, derribando muros de polen y espantando el vuelo violeta de las mariposas de Muzo. Era la noche de los caimanes, la noche pura y pululante de hocicos saliendo del légamo, y de las ciénagas soñolientas un ruido opaco de armaduras volvía al origen terrestre. El jaguar tocaba las hojas con su ausencia fosforescente, el puma corre en el ramaje como el fuego devorador mientras arden en él los ojos alcohólicos de la selva. Los tejones rascan los pies del río, husmean el nido cuya delicia palpitante atacarán con dientes rojos. Y en el fondo del agua magna, como el círculo de la tierra, está la gigante anaconda cubierta de barros rituales, devoradora y religiosa. 2. Voy a vivir Yo no voy a morirme. Salgo ahora, en este día lleno de volcanes hacia la multitud, hacia la vida. Aquí dejo arregladas estas cosas hoy que los pistoleros se pasean con la "cultura occidental" en brazos, con las manos que matan en España y las horcas que oscilan en Atenas y la deshonra que gobierna a Chile y paro de contar. 3. Los Libertadores Aquì viene el árbol, el árbol de la tormenta, el árbol del pueblo. De la tierra suben sus héroes como las hojas por la savia, y el viento estrella los follajes de muchedumbre rumorosa, hasta que cae la semilla del pan otra vez a la tierra. Aquí viene el árbol, el árbol nutrido por muertos desnudos, muertos azotados y heridos, muertos de rostros imposibles, empalados sobre una lanza, desmenuzados en la hoguera, decapitados por el hacha, descuartizados a caballo, crucificados en la iglesia. Aquí viene el árbol, el árbol cuyas raíces están vivas, sacó salitre del martirio, sus raíces comieron sangre y extrajo lágrimas del suelo: las elevó por sus ramajes, las repartió en su arquitectura. Fueron flores invisibles, a veces, flores enterradas, otras veces iluminaron sus pétalos, como planetas. Y el hombre recogió en las ramas las caracolas endurecidas, las entregó de mano en mano como magnolias o granadas y de pronto, abrieron la tierra, crecieron hasta las estrellas. Éste es el árbol de los libres. El árbol tierra, el árbol nube, el árbol pan, el árbol flecha, el árbol puño, el árbol fuego. Lo ahoga el agua tormentosa de nuestra época nocturna, pero su mástil balancea el ruedo de su poderío. Otras veces, de nuevo caen las ramas rotas por la cólera y una ceniza amenazante cubre su antigua majestad: así pasó desde otros tiempos, así salió de la agonía hasta que una mano secreta, unos brazos innumerables, el pueblo, guardó los fragmentos, escondió troncos invariables, y sus labios eran las hojas del inmenso árbol repartido, diseminado en todas partes, caminando con sus raíces. Éste es el árbol, el árbol del pueblo, de todos los pueblos de la libertad, de la lucha. Asómate a su cabellera: toca sus rayos renovados: hunde la mano en las usinas donde su fruto palpitante propaga su luz cada día. Levanta esta tierra en tus manos, participa de este esplendor, toma tu pan y tu manzana, tu corazón y tu caballo y monta guardia en la frontera, en el límite de sus hojas. Defiende el fin de sus corolas, comparte las noches hostiles, vigila el ciclo de la aurora, respira la altura estrellada, sosteniendo el árbol, el árbol que crece en medio de la tierra. Aquí me quedo con palabras y pueblos y caminos que me esperan de nuevo, y que golpean con manos consteladas en mi puerta. 4. A mi partido Me has dado la fraternidad hacia el que no conozco. Me has agregado la fuerza de todos los que viven. Me has vuelto a dar la patria como en un nacimiento. Me has dado la libertad que no tiene el solitario. Me enseñaste a encender la bondad, como el fuego. Me diste la rectitud que necesita el árbol. Me enseñaste a ver la unidad y la diferencia de los hombres. Me mostraste cómo el dolor de un ser ha muerto en la victoria de todos. Me enseñaste a dormir en las camas duras de mis hermanos. Me hiciste construir sobre la realidad como sobre una roca. Me hiciste adversario del malvado y muro del frenético. Me has hecho ver la claridad del mundo y la posibilidad de la alegría. Me has hecho indestructible porque contigo no termino en mí mismo. 5. Lautaro Lautaro era una flecha delgada. Elástico y azul fue nuestro padre. Fue su primera edad sólo silencio. Su adolescencia fue dominio. Su juventud fue un viento dirigido. Se preparó como una larga lanza. Acostumbró los pies en las cascadas. Educó la cabeza en las espinas. Ejecutó las pruebas del guanaco. Vivió en las madrigueras de la nieve. Acechó las comidas de las águilas. Arañó los secretos del peñasco. Entretuvo los pétalos del fuego. Se amamantó de primavera fría. Se quemó en las gargantas infernales. Fue cazador entre las aves crueles. Se tiñeron sus manos de victorias. Leyó las agresiones de la noche. Sostuvo los derrumbes del azufre. Se hizo velocidad, luz repentina. Tomó las lentitudes del otoño. Trabajó en las guaridas invisibles. Durmió en las sábanas del ventisquero. Igualó las conductas de las flechas. Bebió la sangre agreste en los caminos. Arrebató el tesoro de las olas. Se hizo amenaza como un dios sombrío. Comió en cada cocina de su pueblo. Aprendió el alfabeto del relámpago. Olfateó las cenizas esparcidas. Envolvió el corazón con pieles negras. Descifró el espiral hilo del humo. Se construyó de fibras taciturnas. Se aceitó como el alma de la oliva. Se hizo cristal de transparencia dura. Estudió para viento huracanado. Se combatió hasta apagar la sangre. Sólo entonces fue digno de su pueblo. 6. Vienen los pájaros Todo era vuelo en nuestra tierra. Como gotas de sangre y plumas los cardenales desangraban el amanecer de Anáhuac. El tucán era una adorable caja de frutas barnizadas, el colibrí guardó las chispas originales del relámpago y sus minúsculas hogueras ardían en el aire inmóvil. Los ilustres loros llenaban la profundidad del follaje como lingotes de oro verde recién salidos de la pasta de los pantanos sumergidos y de sus ojos circulares miraban una argolla amarilla, vieja como los minerales. Todas las águilas del cielo nutrían su estirpe sangrienta en el azul inhabitado, y sobre las plumas carnívoras volaba encima del mundo el cóndor, rey asesino, fraile solitario del cielo, talismán negro de la nieve, huracán de la cetrería. La ingeniería del hornero hacia del barro fragante pequeños teatros sonoros donde aparecía cantando. El atajacaminos iba dando su grito humedecido a la orilla de los cenotes. La torcaza araucana hacía ásperos nidos matorrales donde dejaba el real regalo de sus huevos empavonados. La Loica del Sur, fragante, dulce carpintera de otoño, mostraba su pecho estrellado de constelación escarlata, y el austral chingolo elevaba su flauta recién recogida de la eternidad del agua. Más, húmedo como un nenúfar, el flamenco abría sus puertas de sonrosada catedral, y volaba como la aurora, lejos del bosque bochornoso donde cuelga la pedrería del quetzal, que de pronto despierta, se mueve, resbala y fulgura y hace volar su brasa virgen. Vuela una montaña marina hacia las islas, una luna de aves que van hacia el Sur, sobre las islas fermentadas del Perú. Es un río vivo de sombra, es un cometa de pequeños corazones innumerables que oscurecen el sol del mundo como un astro de cola espesa palpitando hacia el archipiélago. Y en final del iracundo mar, en la lluvia del océano surgen las alas del albatros como dos sistemas de sal estableciendo en el silencio entre las rachas torrenciales, con su espaciosa jerarquía el orden de las soledades. 7. Sandino Fue cuando en tierra nuestra se enterraron las cruces, se gastaron inválidas, profesionales. Llegó el dólar de dientes agresivos a morder territorio, en la garganta pastoril de América. Agarró Panamá con fauces duras, hundió en la tierra fresca sus colmillos, chapoteó en barro, whisky, sangre, y juró un Presidente con levita: «Sea con nosotros el soborno de cada día.» Luego, llegó el acero, y el canal dividió las residencias, aquí los amos, allí la servidumbre. Corrieron hacia Nicaragua. Bajaron, vestidos de blanco, tirando dólares y tiros. Pero allí surgió un capitán que dijo: «No, aquí no pones tus concesiones, tu botella.» Le prometieron un retrato de Presidente, con guantes, banda terciada y zapatitos de charol recién adquiridos. Sandino se quitó las botas, se hundió en los trémulos pantanos, se terció la banda mojada de la libertad en la selva, y, tiro a tiro, respondió a los «civilizadores.» La furia norteamericana fue indecible: documentados embajadores convencieron al mundo que su amor era Nicaragua, que alguna vez el orden debía llegar a sus entrañas soñolientas. Sandino colgó a los intrusos. Los héroes de Wall Street fueron comidos por la ciénaga, un relámpago los mataba, más de un machete los seguía, una soga los despertaba como una serpiente en la noche, y colgando de un árbol eran acarreados lentamente por coleópteros azules enredaderas devorantes. Sandino estaba en el silencio, en la Plaza del Pueblo, en todas partes estaba Sandino, matando norteamericanos, ajusticiando invasores. Y cuando vino la aviación, la ofensiva de los ejércitos acorazados, la incisión de aplastadores poderíos, Sandino, con sus guerrilleros, como un espectro de la selva, era un árbol que se enroscaba o una tortuga que dormía o un río que se deslizaba. Pero árbol, tortuga, corriente fueron la muerte vengadora, fueron sistemas de la selva, mortales síntomas de araña. (En 1948 un guerrillero de Grecia, columna de Esparta, fue la urna de luz atacada por los mercenarios del dólar. Desde los montes echó fuego sobre los pulpos de Chicago, y como Sandino, el valiente de Nicaragua, fue llamado «bandolero de las montañas.») Pero cuando fuego, sangre y dólar no destruyeron la torre altiva de Sandino, los guerreros de Wall Street hicieron la paz, invitaron a celebrarla al guerrillero, y un traidor recién alquilado le disparó su carabina. Se llama Somoza. Hasta hoy está reinando en Nicaragua: los treinta dólares crecieron y aumentaron en su barriga. Ésta es la historia de Sandino, capitán de Nicaragua, encarnación desgarradora de nuestra arena traicionada, dividida y acometida, martirizada y saqueada. 8. Neruda requiem æternam Lacrimae para los vivientes América esclavizada esclavos de todos los pueblos lacrimosa tú fuiste él último sol ahora dominan los duendes la tierra está huérfana NERUDA REQUIEM ÆTERNAM 9. La United Fruits Co. Cuando sonó la trompeta, estuvo todo preparado en la tierra, y Jehova repartió el mundo a Coca-Cola Inc., Anaconda, Ford Motors, y otras entidades: la Compañía Frutera Inc. se reservó lo más jugoso, la costa central de mi tierra, la dulce cintura de América. Bautizó de nuevo sus tierras como "Repúblicas Bananas," y sobre los muertos dormidos, sobre los héroes inquietos que conquistaron la grandeza, la libertad y las banderas, estableció la ópera bufa: enajenó los albedríos regaló coronas de César, desenvainó la envidia, atrajo la dictadora de las moscas, moscas Trujillos, moscas Tachos, moscas Carías, moscas Martínez, moscas Ubico, moscas húmedas de sangre humilde y mermelada, moscas borrachas que zumban sobre las tumbas populares, moscas de circo, sabias moscas entendidas en tiranía. Entre las moscas sanguinarias la Frutera desembarca, arrasando el café y las frutas, en sus barcos que deslizaron como bandejas el tesoro de nuestras tierras sumergidas. Mientras tanto, por los abismos azucarados de los puertos, caían indios sepultados en el vapor de la mañana: un cuerpo rueda, una cosa sin nombre, un número caído, un racimo de fruta muerta derramada en el pudridero. 10. Vegetaciones A las tierras sin nombres y sin números bajaba el viento desde otros dominios, traía la lluvia hilos celestes, y el dios de los altares impregnados devolvía las flores y las vidas. En la fertilidad crecía el tiempo. El jacarandá elevaba espuma hecha de resplandores transmarinos, la araucaria de lanzas erizadas era la magnitud contra la nieve, el primordial árbol caoba desde su copa destilaba sangre, y al Sur de los alerces, el árbol trueno, el árbol rojo, el árbol de la espina, el árbol madre, el ceibo bermellón, el árbol caucho, eran volumen terrenal, sonido, eran territoriales existencias. Un nuevo aroma propagado llenaba, por los intersticios de la tierra, las respiraciones convertidas en humo y fragancia: el tabaco silvestre alzaba su rosal de aire imaginario. Como una lanza terminada en fuego apareció el maíz, y su estatura se desgranó y nació de nuevo, diseminó su harina, tuvo muertos bajo sus raíces, y luego, en su cuna, miró crecer los dioses vegetales. Arruga y extensión, diseminaba la semilla del viento sobre las plumas de la cordillera, espesa luz de germen y pezones, aurora ciega amamantada por los ungüentos terrenales de la implacable latitud lluviosa, de las cerradas noches manantiales, de las cisternas matutinas. Y aun en las llanuras como láminas del planeta , bajo un fresco pueblo de estrellas, rey de la hierba, el ombú detenía el aire libre, el vuelo rumoroso y montaba la pampa sujetándola con su ramal de riendas y raíces. América arboleda, zarza salvaje entre los mares, de polo a polo balanceabas, tesoro verde, tu espesura. Germinaba la noche en ciudades de cáscaras sagradas, en sonoras maderas, extensas hojas que cubrían la piedra germinal, los nacimientos. Útero verde, americana sabana seminal, bodega espesa, una rama nació como una isla, una hoja fue forma de la espada, una flor fue relámpago y medusa, un racimo redondeó su resumen, una raíz descendió a las tinieblas. 11. Amor América Antes de la peluca y la casaca fueron los ríos, ríos arteriales, fueron las cordilleras, en cuya onda raida el cóndor o la nieve parecían inmóviles: fue la humedad y la espesura, el trueno sin nombre todavía, las pampas planetarias. El hombre tierra fue, vasija, párpado del barro trémulo, forma de la arcilla, fue cantaro caribe, piedra chibcha, copa imperial o silice araucana. Tierno y sangriento fue, pero en la empunadura de su arma de cristal humedecido, las iniciales de la tierra estaban escritas. Nadie pudo recordarlas después: el viento las olvidó, el idioma del agua fue enterrado, las claves se perdieron o se inundaron de silencio o sangre. No se perdió la vida, hermanos pastorales. Pero como una rosa salvaje cayo una gota roja en la espesura y se apagó una lámpara de tierra. Yo estoy aquí para contar la historia. Desde la paz del búfalo hasta las azotadas arenas de la tierra final, en las espumas acumuladas de la luz antártica, y por las madrigueras despenadas de la sombría paz venezolana, te busque, padre mío, joven guerrero de tiniebla y cobre o tú, planta nupcial, cabellera indomable, madre caimán, metálica paloma. Yo, incásico del legamo, toqué la piedra y dije: ¿Quién me espera? Y aprete la mano sobre un punado de cristal vacío. Pero anduve entre flores zapotecas y dulce era la luz como un venado, y era la sombra como un párpado verde. Tierra mía sin nombre, sin América, estambre equinoccial, lanza de púrpura, tu aroma me trepó por las raíces hasta la copa que bebía, hasta la más delgada palabra aún no nacida de mi boca. 12. Emiliano Zapata Cuando arreciaron los dolores en la tierra, y los espinares desolados fueron la herencia de los campesinos, y como antaño, las rapaces barbas ceremoniales, y los látigos, entonces, flor y fuego galopado. «Borrachita me voy hacia la capital...» se encabritó en el alba transitoria la tierra sacudida de cuchillos, el peón de sus amargas madrigueras cayó como un elote desgranado sobre la soledad vertiginosa. «a perdirle al patrón que me mandó llamar» Zapata entonces fue tierra y aurora. la multitud de su semilla armada. En un ataque de aguas y fronteras el férreo manantial de Coahuila, las estelares piedras de Sonora: todo vino a su paso adelantado, a su agraria tormenta de herraduras. «que si se va del rancho muy pronto volverá» Reparte el pan, la tierra: te acompaño. Yo renuncio a mis párpados celestes. Yo, Zapata, e voy con el rocio de las caballerias matutinas, en un disparo desde los nopales hasta las casas de pared rosada. «... cintitas pa tu pelo no llores por tu Pancho...» La luna duerme sobre las monturas. La muerte amontonada y repartida yace con los soldados de Zapata El sueño esconde bajo los baluartes de la pesada noche su destino, su incubadora sábana sombria. La hoguera agrupa el aire desvelado: grasa, sudor y pólvora nocturna. «...Borrachita me voy para olvidarte...» Pedimos patria para el humillado. Tu cuchillo divide el patrimonio y tiros y corceles amedrentan los castigos, la barba del verdugo. La tierra se reparte con un rifle. No esperes, campesino polvoriento, después de tu sudor la luz completa y el cielo parcelado en tus rodillas. Levántate y galopa con Zapata. «...Yo la quise traer dijo que no...» México, huraña agricultura, amada tierra entre los oscuros repartida: de las espadas del maiz salieron al sol tus centuriones sudorosos. De la nieve del Sur vengo a cantarte y Ilenarme de pólvora y arados. «...Que si habrá de Ilorar pa' qué volver...» 13. América insurrecta Nuestra tierra, ancha tierra, soledades, se pobló de rumores, brazos, bocas. Una callada sílaba iba ardiendo, congregando la rosa clandestina, hasta que las praderas trepidaron cubiertas de metales y galopes. Fue dura la verdad como un arado. Rompió la tierra, estableció el deseo, hundió sus propagandas germinales y nació en la secreta primavera. Fue callada su flor, fue rechazada su reunión de luz, fue combatida la levadura colectiva, el beso de las banderas escondidas, pero surgió rompiendo las paredes, apartando las cárceles del suelo. El pueblo oscuro fue su copa, recibió la substancia rechazada, la propagó en los límites marítimos, la machacó en morteros indomables. Y salió con las páginas golpeadas y con la primavera en el camino. Hora de ayer, hora de mediodía, hora de hoy otra vez, hora esperada entre el minuto muerto y el que nace, en la erizada edad de la mentira. Patria, naciste de los leñadores, de hijos sin bautizar, de carpinteros, de los que dieron como un ave extraña una gota de sangre voladora, y hoy nacerás de nuevo duramente desde donde el traidor y el carcelero te creen para siempre sumergida. Hoy nacerás del pueblo como entonces. Hoy saldrás del carbón y del rocío. Hoy llegarás a sacudir las puertas con manos maltratadas,con pedazos de alma sobreviviente, con racimos de miradas que no extinguió la muerte, con herramientas hurañas armadas bajo los harapos. | PUOLUEELLENI (Al mio partito) Olet antanut minulle veljeyden niitäkin kohtaan joita en tunne. Olet tehnyt minut osaksi kaikkien elävien voimasta. Olet antanut minulle takaisin kotimaani kuin olisin syntynyt uudestaan. Olet antanut minulle vapauden jota yksinäisellä ei ole. Olet opettanut minut sytyttämään hyvyyden kuin nuotiotulen. Sinä annoit minulle sen suoraviivaisuuden jota puu tarvitsee. Sinä opetit minut näkemään ihmisen ykseyden ja erilaisuuden. Sinä osoitit minulle miten yhteinen voitto hälventää yhden ihmisen tuskan. Sinä opetit minut nukkumaan veljieni kovilla vuoteilla. Sinä opetit minut rakentamaan todellisuudelle kuin kalliopohjalle. Sinä teit minusta roistojen vihollisen ja suojamuurin raivoa vastaan. Olet saanut minut näkemään maailman kirkkauden ja ilon mahdollisuuden. Olet tehnyt minut kukistumattomaksi koska sinuun kuuluen en pääty itseeni. |