Para Sydney Carton.
Con su olor arropado por el alcohol,
aquel hombre más viejo de lo que era
sobre un cadalso adornado de risas sardónicas,
supo en un duro instante cuál era su misión.
Y entonó una grave y penosa canción
para rememorar y premonizar su fatalidad
untada siempre con una suave esperanza,
su ilusión se burló de la burda perplejidad
de cuántos no reconocieron al buen impostor,
al hombre que supo cambiar de rol
por el bien de otros hombres en alza.
Hombres que vivieron gracias a su valor.
Y que existieron en el más vasto estertor:
ese horror intangible de la Negra Muerte
que siempre azota a nuestra pobre suerte
y que brota de ese coraje de los indeseables.
Hombres que vivieron gracias a su valor.
Y que existieron en el más vasto estertor:
ese horror intangible de la Negra Muerte
que siempre derrota a nuestra pobre suerte
y que brota de ese coraje de los indeseables.
y que brota de ese coraje de los indeseables...
Con su olor arropado por el alcohol,
aquel hombre más viejo de lo que era
sobre un cadalso adornado de risas sardónicas,
supo en un duro instante cuál era su misión.
Y entonó una grave y penosa canción
para rememorar y premonizar su fatalidad
untada siempre con una suave esperanza,
su ilusión se burló de la burda perplejidad
de cuántos no reconocieron al buen impostor,
al hombre que supo cambiar de rol
por el bien de otros hombres en alza.
Hombres que vivieron gracias a su valor.
Y que existieron en el más vasto estertor:
ese horror intangible de la Negra Muerte
que siempre azota a nuestra pobre suerte
y que brota de ese coraje de los indeseables.
Hombres que vivieron gracias a su valor.
Y que existieron en el más vasto estertor:
ese horror intangible de la Negra Muerte
que siempre derrota a nuestra pobre suerte
y que brota de ese coraje de los indeseables.
y que brota de ese coraje de los indeseables...
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